Lo único que quiero
Si hay una canción icónica de …and the Martianits!, después del El viaje alucinante (cuando toque hablar de esa canción explicaré por qué es El viaje… la más icónica de todas, si cabe), esa es Lo único que quiero. De nuevo, esta canción era una más de una serie de canciones que grabé en la buhardilla de mi casa cuando era muy joven y que formaba parte de una serie de canciones contenidas en una casete, de esas que luego hacía copias y repartía entre mis amigos más cercanos, que creo que solo el Luva y el Davín escuchaban. Como siempre, apenas cuatro acordes intercalados entre estrofa y estribillo y una letra casual. Destilando sensaciones. Aún hoy me pregunto qué tiene esta canción que a Davín le molaba tanto, teniendo una temática tan alejada de sus postulados cognitivos y con una estructura musical tan simple. El caso es que Davín se apropió de ella y siempre quiso que formara parte de nuestro repertorio. Hasta tal punto que, estando ya en la fase final de su vida, escribió una canción titulada algo así como Ir a Japón (y que grabaré cuando toque, si toca), que terminaba con la primera estrofa de esta canción:
<<No quiero ser el héroe de tu película,
el frio, duro y cruel protagonista,
que huye de la ley junto a su chica
en un gran Cadillac por la autopista>>
Sé perfectamente qué me inspiró la secuencia de acordes, aunque nunca lo confesé (lo hago ahora): fue esa canción de El último de la fila que habla de la muchacha negra que entra a un garito oscuro junto al mar en donde está tocando un músico de jazz. Tema clave de El último de la fila. A los que Davín tampoco es que le molaran ni mucho ni poco, simplemente no estaban en su radar. Pero en el mío sí. Y lo siguen estando. Tanto juntos como separados.
La cosa es que la canción (esta, no la del El último, aunque también) es muy simple: sol, re, do, que se repite dos veces en el inicio para luego pasar a sol, do, re, que da paso a la canción. Esa era la estructura del estribillo que, en un alarde de genialidad en uno de nuestros días tan inolvidables de ensayo, en ese local del Poble Nou, el Pei me dijo, ¿por qué no empezamos la canción por ahí? Y desde entonces por ahí se empieza esa canción. Luego tiene una secuencia muy básica de acordes: do, sol, re, do, sol, re, mi menor, do, etc.
Éramos (¿somos?) una panda de Transdimensional Punk, así que las cosas no podían ser ni tan bonitas ni tan lineales. Así que las estrofas principales eran necesariamente melódicas pero los estribillos, ay, en los estribillos, lanzábamos nuestra rabia punk rompiendo cualquier atisbo de amor romántico que pudiera contener la canción. Cómo no, pisando a saco al Rottweiler para que mostrara sus aullidos.
Había varias versiones de la letra que yo cantaba en una de las estrofas. A veces decía: “te conozco y te quiero para siempre” pero otras veces era “te conozco y te olvido para siempre”. A Davín se le metió en el entrecejo (así era él a veces de dogmático en su punkismo) que se tenía que cantar “te olvido”, pero a mí no siempre me salía. Y cuando en vez de decir “te olvido” decía “te quiero” me miraba mal regañándome, y nos descojonábamos. Yo cantaba la canción indistintamente, pero a veces decía “te quiero para siempre” en vez de “te olvido” solo para provocarle. Y siempre lo conseguía. Y él sabía que lo hacía solo por joder. Y siempre nos reíamos.
Cuando tocábamos esta canción en directo Davín siempre decía: “Y ahora vamos a cantar una bonita canción de amor”. Le encantaba esta canción, no sé por qué. Como digo, en su última canción de Ir a Japón terminaba con la primera estrofa de esta canción. Le molaba mucho. Los caminos de Davín eran inescrutables.
¿De qué va esta canción? No va de nada. Simplemente se me presentaron unos acordes inspirados en la canción de El último de la fila, de la muchacha negra que entra en un local oscuro junto al mar en el que está tocando un músico de jazz y vinieron acordes e imágenes a mi cabeza que quedaron plasmados en esta canción. Sin más. No sé al resto de las diferentes personas que pasaron por la banda qué les parecía esta canción. Para Davín y para mí, igual que la siguiente, El viaje alucinante, era una de las canciones de …and the Marrianits! De nuestras canciones. Davín conseguía, con su entusiasmo, que canciones como esta, en principio superfluas, que eran un juego, que no iban a ningún sitio más que a las paredes de mi buhardilla de adolescente, se convirtieran en temazos, temazos de nuestra banda. Temazos de …and the Martianits! Gracias Davín. Esta canción, como la siguiente, El viaje alucinante, luego iremos a por ella, aunque la haya escrito yo, por tu entusiasmo, es más tuya que mía. Es de los dos. Y de Pei también, que la revolucionó. Y de Ana. Y de Miguel. Y de Dani. Y de Brett. Flipante en directo. La rabia del amor extremo, llevada a los límites, atravesando vallas y asaltando fronteras, clamando su demanda, su necesidad, su imperiosidad, su inmediatez, su radicalidad. La del amor. La del amor de dos personas en un callejón que lo pasan de puta madre simplemente charlando, estando siendo ellas. ¿Acaso no lo hemos hecho esto tod@s? Charlar en un callejón oscuro resguardados de la intemperie. Lo único que quiero. Yo no sabía que la canción hablaba de esto. El entusiasmo de Davín por esta canción me lo hizo ver. Me lo hace ver ahora mientras escribo esto. Pero a lo mejor no habla de esto, sino de otra cosa. Quién sabe. Descúbrelo.
Lo único que quiero. Es la poesía de los callejones. De los amores en los arrabales. De esa burbuja que envuelve a una pareja allá donde esté. En una habitación de hotel de super lujo o en un callejón oscuro de una ciudad sin nombre. Cuando el exterior no existe. Cuando dos personas están juntas. Amantes, amigos, colegas, lo que sea. Donde el tiempo no pasa, a la intemperie del mundo, disfrutando de la compañía. “Y luego volveremos a esperar / que el futuro se acerque más y más / y se lleve la ilusión de nuestras manos”. Pues eso. Lo único que quiero. Disfrútala porque, desgraciadamente, nunca volverás a escucharla en directo con la rabia, la agonía, la intensidad y la esperanza con la que la tocábamos. Toda tuya.