Interludio 2: Waves of fear, o el lado oscuro de la fuerza…

 

 

 

… y la magia de los tres acordes.

 

No he comprobado el dato, pero supongo que entre las canciones más versionadas de la historia del Rock deben ocupar puestos altos algunas de las canciones de Lou Reed, supongo que principalmente “Walk on the walk side”, “Sweet Jane”, “Perfect day”, o “Pale blue eyes”; esta última hasta sonó de música ambiente durante un tiempo en alguna compañía aérea española low cost. Bueno, he echado un vistazo en Internet y quizás Lou Reed no se encuentre entre los artistas más versionados de la historia del Rock. Antes están los Beatles, Dylan o Neil Young, supongo. Digamos entonces que, entre las canciones de Lou Reed, a falta de datos y especulando, quizás de las referidas arriba tampoco haya alguna que sea de las más versionadas de la historia del rock & roll. O a saber. Da igual. Depende de dónde se pongan los umbrales. Chorradas. El caso es que hay una canción, que no sé si estará muy versionada o no, pero que a mí me fascina y que quizás es de las canciones que más he escuchado y tocado estando en casa sin hacer nada más que tocar canciones, que es “Waves of fear”. “Waves of fear”, no tiene nada especial en cuanto a estructura básica, y lo tiene todo en cuanto a transmisión emocional. La sencillez estructural, el dramatismo lírico, el estremecimiento existencial, la electricidad escalofriante de la guitarra de Robert Quine, la inexpresividad vocal más expresiva de Lou en el extremo más acongojante de su carismática expresividad inexpresiva. El horror esencial. El grito de Munch (por decir algo así medio intelectual) hecho canción. Eso es “Waves of fear”.

 

Robert Quine fue el guitarrista de dos álbumes de Lou Reed: The Blue Mask (1982) y Legendary Hearts (1983). The Blue Mask es un disco que, desde que lo escuché por primera vez, a saber cuándo, hasta hoy día, sigo escuchando y disfrutando cantándolo. Para mi gusto, hay canciones horrorosas, por lo aburrido básicamente, que, aunque las he escuchado dos mil veces más o menos, ahora ya las salto cuando vuelvo a ponerme ese disco. Pero es que hay otros temas que me electrifican, que me sobrepasan, que me atraviesan y me traspasan, que es de lo que se trata el Rock & Roll. Entre las primeras, bueno, esto me lo salto, entre las segundas, “Underneath the Bottle”, la que da nombre al disco, “The Blue Mask”, por supuesto la conmovedora “Heavenly Arms”, que me tuvo una temporada muy pillado y que cantaba a gritos en el coche cada vez que necesitaba cantar a voz en grito, y alguna otra. Pero “Waves of fear.” ¡Buah! Me resulta adictiva. Más que cualquiera de las canciones de cualquier músico que haya escuchado. Incluso más que cualquiera de las canciones del complejo Lou. Lou, Lou, Lou… is «The beginning of a great adventure». “Waves of fear” no es el principio de una gran aventura, como decía su canción del álbum New York. “Waves of fear” es una travesía desesperada a través del horror, de la angustia y de la búsqueda exasperante de redención. Explora caminos, por aquí, por allá, choca con muros, retrocede, lo vuelve a intentar, prueba otra salida, la encuentra, parece que sí, parece que no, se adentra en grietas por las que entremeterse, en las que una vez que la cabeza lo ha conseguido tiene que ahora meter el cuerpo entero con ella, para escapar hacia la luz, a la superficie, proveniente de una inmersión agónica, salir a flote. En realidad más que un afán, es la descripción de un proceso de liberación. Que solo lo consigue gracias la guitarra de Robert Quine, el desheredado. La conclusión de este proceso parece que fue Legendary hearts, un disco que, a pesar de hacer el intento de que me gustara, no lo consiguió. En estadística esto se llama regresión a la media. En drogas sería la bajona. Cuentan las historias documentadas que Lou Reed estaba celoso de Robert Quine y que borró la mayor parte de sus pistas de guitarra. Solo un demente podía haber hecho eso. Un demente celoso y paranoico como Lou Reed. Desconectado de nuevo de la realidad. ¿Se imagina alguien The blue mask sin las guitarras de Robert Quine? Pues eso, cómo habría sonado el Legendary hearts con esas guitarras. Parece que alguien pudo escuchar la magia. El resto de los mortales, desafortunadamente, no. Nunca me supe explicar esa diferencia entre un disco y otro en tan solo un año hasta que leí la historia de la cancelación (por utilizar terminología actual) de Robert Quine, el puto amo de la guitarra desconsolada, hilarante, dramática, exultante, exaltante, exuberante, profunda, inquietante, brillante, desasosegante, yo qué sé, todo lo que tú quieras y todos los adjetivos que tú le quieras poner pero, sobre todo… precisa.

 

Pero a lo que vamos, “Waves of fear” son tres putos acordes: Sol-Re-La-Re. Una canción de cuatro minutos y once segundos sostenida solo con esa secuencia de acordes en la que el estribillo, de cuatro versos, se queda estancado, o más bien esperando, en el Re. Y, mientras, estás escuchando la historia más agonizante que uno haya podido escuchar nunca en una canción. Donde las olas de miedo hacen que odies tu propio olor, que en tu lucidez por fin sepas dónde debes estar y que ese único sitio en el que se tu lucidez te dice que debes estar sea el infierno. ¿Lou Reed estaba pasando por eso cuando escribió esa canción o solamente está haciendo poesía dramática? Las crónicas cuentan que fue lo primero. Porque se estaba desenganchando de lo que fuere. Hay otros ejemplos de canciones terribles fruto del proceso de desintoxicación. Sin ir más lejos, Sabina tiene esa canción que se titula «Nube negra», con letra del poeta García Montero que se la escribió para ayudarle a salir de su depresión, supuestamente cuando dejó la cocaína tras un marichalazo, o tras el marichalazo sin necesidad de que el dejar la cocaína fuera motivo alguno para la dichosa depresión. Sabina presume de que no hubo drama en dejar la cocaína, pero ahí estuvo su depresión y su Nube negra. O a lo mejor fue por el ictus. Lo que fuera. Ni lo sé ni me importa. Solo que La Nube negra y las Waves of fear son la misma canción. La primera en pasivo, esperando a que la luz llegue, y la segunda en activo, atravesando capas para llegar a ella. Chascarrillos improductivos sin más, ¿qué más? 

Sea como fuere, y tribulaciones delirantes aparte, ni de lejos hay una canción en la historia del Rock & Roll que con tres acordes cuente tantas cosas ni transmita tanto. Hay que elegir bien unos sonidos que transformen tres acordes en una orquesta sinfónica electrificada, tiene que haber una letra que, sea la que sea, sea cantada con una serenidad que observa el pavor sin dejarse apabullar por él y luego tiene que haber un solo de guitarra que no es un solo, que es un barrunto de notas aparentemente caóticas pero perfectamente ordenadas (eso se comprueba fácil sin necesidad de comprobarlo para saberlo si se escucha la grabación en el disco y los directos) que en realidad, la guitarra de Quine, está acompañando fenomenológicamente la historia. A la que le da sentido íntimo, profundo, radicalmente existencial. El solo final de Robert Quine contextualiza la canción y la explica. En fin, que explicar una canción es como tratar de describir el sabor de una naranja, por utilizar una frase hecha. Así que mejor olvida todo esto, que no es más que ruido, como lo es todo análisis de una canción, y escúchala. 

 

Ahora que ya lo has hecho te cuento que “Waves of fear”, paradójicamente, tras tanta electricidad y agonismo lúcido, me calma. Me lleva a sitios tan extremos que cuando vuelvo de la canción… ¡uf! ¡Menudo viajazo! Tiene la atracción que tiene lo que da miedo. Tu mente te dice que tienes que escapar de ahí cagando leches, pero hay algo que te retiene incluso contra tu voluntad: “I’m too scared to leave”. Estás demasiado asustado y tu voluntad no responde a tus intenciones inútiles de salir por patas. En “el lucha o huye” está la opción involuntaria de quedarte quieto. Inmovilizado. Aquí no hay un Sal de naja y riéte / sal de naja y cógelo / sal de najaaaa. Y, una vez que ha pasado, lo que ha ocurrido te impulsa a volver allí una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. El poder atractor del miedo. Terrible y magnético a la vez. No lo quieres, pero lo buscas. Porque en tu fantasía pretendes dominarlo. Pero el miedo no se domina. Solo se puede dejar que ocurra. Y una vez que ha ocurrido, se desvanece. Como “Waves of fear”. Se convierte en la mejor canción del mundo cuando por fin ha terminado. Y son solo tres acordes. A-co-jo-nan-te. Tres acordes que lo engloba, lo acapara, lo domina y lo explica todo. En esos tres acordes lo que hay es control. Por eso esa desafección del Lou Reed ante lo más extremo del miedo. Todo pasa, nada queda. No te quedes atrapado ahí. Conjúralo. Surfea las olas del miedo. Cántalo. Sal de naja. Lou Reed, la bestia, que decía un día el Xavi. Lou Reed. Lou Reed. Lou Reed. “Waves of fear”. Tremendo.