“Dónde vamos” es la última canción que acabo de subir a la web de …ATM! Es la penúltima de un EP al que he titulado El día después y que se cerrará con un tema del mismo título que estamos terminando de grabar ahora. Más adelante dedicaré una entrada a hablar de este EP, de cómo surgió, de por qué tiene las canciones que tiene y no otras y otros detalles que no vienen ahora al caso. De lo que quiero hablar ahora es de esta canción, “Dónde vamos” que, siendo la quinta de este EP, solo por la condición de haberla subido recientemente a la web y al Souncloud, voy a hablar de ella ahora. Vamos, por una cuestión de coherencia temporal, no porque narrativamente toque. Pero a veces la actualidad se impone y tampoco viene mal de vez en cuando aprovechar que pasa una corriente para adentrarse en ella y dejarse arrastrar allá adonde te lleve, que es lo que me propongo hacer ahora con esta entrada concreta al blog.
“Dónde vamos” era una canción que llegó perfectamente terminada, pero desnuda. La expresión venía desde hacía décadas, ya desde nuestros primeros años de colegueo estaba el mantra que pasa tantas veces entre tanta gente, tantos colegas y tantas pandillas. En algún momento de la noche hay que decidir dónde vamos. Y la decisión no siempre llega a la primera. Así que entre Davín y yo y también Paloma y también el Luva y seguro también entre más de nuestros colegas, pero entre nosotros cuatro principalmente que recuerde, siempre saltaba la risa cuando alguien preguntaba Dónde vamos, incluso muchas veces antes siquiera de decirlo porque preludiaba que alguien lo iba a decir… ¿Dónde vamos? La pregunta existencial de cada noche cuando te cierran el último bar. Dónde vamos fue pasando poco a poco a ser una cantinela que iba cogiendo sintonía, la sintonía que terminó siendo el estribillo que se canta repetidamente en esta canción. Lo que fue una sorpresa fue ver aparecer un día a Davín, décadas después, con una canción entera, completa y terminada que, partiendo de la cantinela del Dónde vamos cotidiano, transformó en lo que, para mí, es un temazo. ¿Recuerdan? Una idea en la cabeza de Davín podía ser un ente en sí mismo de resolución impredecible y siempre sorprendente. Principalmente porque uno no sabía que Davín tenía una idea en la cabeza hasta que se materializaba en historieta de cómic…, o en canción. Una broma tonta compartida en la complicidad de las noches al salir del último bar, que, de tanto repetirla fue cogiendo sintonía musical, que se repetía noche tras noche de manera inocente con el único propósito de causar risa, aunque ya ni siquiera fuera necesario decirla, en la cabeza de Davín se transformó en una canción completa. Desconozco cómo fue el proceso en su cabeza. Si la fue fraguando durante años o si de tanto repetírnosla le salió un día del tirón. Si la expresión estaba camuflada, latente, esperando a nacer como canción al menor despiste de la peña o fue un proceso premeditado. El caso es que un día, de repente, había una grabación con una canción titulada “Dónde vamos”, una canción completa, terminada y grabada. Nunca me la llegó a cantar en persona. Me la pasó en un archivo de audio y el archivo pasó al fichero de canciones de …ATM!, a la espera de que le tocara el turno para ser incorporada al repertorio. Cuando llegó “Dónde vamos” había otras canciones en proceso de preparación. Como tantas otras, “Dónde vamos” se puso, ordenadamente, en la lista de espera.
Cuando me puse a repasar el material para empezar a grabar todas las canciones de …ATM! que se quedaron sin grabar, o sea, menos las que configuraron el EP de El viaje alucinante, todas, la canción “Dónde vamos” estaba en el puesto 23. Del disco doble temático que pretendía grabar, era la canción de cierre. Sin embargo, en el orden de grabación estaba en el quinto puesto. Y llegó el momento de la grabación. Como dije antes, “Dónde vamos” estaba desnuda. La grabación que Davín había dejado empezaba con un metrónomo en el que al tercer o cuarto beat entraba la voz para, después de algunos beats más, desaparecer el metrónomo y quedarse solo la voz entonando la canción a capella. Es lo único que había de la canción. Normalmente las canciones de Davín tenían la voz sobre una base de bajo (aunque no siempre, habrá más ejemplos de esto). En “Dónde vamos” solo estaba la voz. Pero tenía confianza en que sacaríamos algo interesante de esa canción. A Juanmu, el co-productor de este EP y encargado de la grabación, la mezcla y el máster, le gustaba. La cosa empezaba bien. Ya habíamos hecho Juanmu y yo algo parecido con “How do you do do”, que fue la tercera canción que grabamos y que también estaba desnuda, solo había letra y melodía. Después de cuatro canciones más o menos sabíamos las posibilidades con las que contábamos en el estudio Coaster, tan magistralmente manejado por Juanmu. Y ya llevábamos un tiempo trabajando juntos en las grabaciones. Aparte de estas cuatro canciones previas habíamos hecho en una tarde, como ya comenté en la entrada de “Gravedad cero”, un tuneado de dicha canción en versión makinera. Aunque es todo un reto partir de una canción desnuda, a la vez es muy emocionante hacerlo porque no sabes cuál va a ser el resultado final y por el camino asaltan dudas acerca de cómo de fiel será el producto final con relación a cómo lo tiene uno imaginado. “Dónde vamos” no era una canción fácil, con sus diferentes cambios de ritmo y, sobre todo, sin Davín para cantarla. La canción anterior que habíamos grabado, “Kenia Mall Masakre”, ya nos había dado pie a empezar a jugar con algunos efectos especiales que adornaban la canción. Una ráfaga de metralleta en un campo de batalla, el arranque y despegue de un helicóptero y la explosión de una bomba final, entre otros divertimentos. La grabación de “Kenia Mall Masakre” nos dejó muy a huevo entonces qué se haría con una canción tan desnuda, pero a la vez tan evocadora, como era “Dónde vamos”. En lugar de vestir la canción, de instrumentarla, lo que había que hacer era ambientarla. Ir superponiendo capas de efectos, no que acompañaran musicalmente a la canción, sino que fueran reproduciendo sonoramente lo que la canción iba cantando. Entonces decidimos crear dos voces, una con la melodía de la canción en sí, y otra con el eco musical de las imágenes que la letra iba describiendo. No había otra que empezar a bucear en las bibliotecas de sonidos que Juanmu tenía en su computadora hasta dar con los efectos y las texturas acordes con cada verso e incluso, a veces, con cada palabra de la letra de la canción.
La canción empezaba diciendo: “Elimino el reloj / elimino el calendario / y me pierdo en el tiempo / y en el espacio”. Así que buscamos un tic tac de un reloj y un efecto que se pareciera lo más posible al arrancar las hojas de un calendario de papel a medida que van pasando los días. Y así es como empieza la canción, en vez del metrónomo de la grabación original, se empieza escuchando el tic tac de un reloj y el arranque de las hojas de un calendario de papel marcando el ritmo. Empieza la voz y con “elimino el reloj”, el reloj se para y queda el calendario rompiendo sus hojas y tras cantar “elimino el calendario”, el calendario desaparece y, al “y me pierdo en el tiempo / y en el espacio”, se introduce un sonido cósmico que pretende transmitir la disolución en la que ya el personaje se ha desatado de las ataduras esclavizantes del tic tac del reloj y de los días del calendario y se ha “disuelto suavemente” en ese tiempo y en ese espacio que ya no son constrictores, sino infinitos y entonces “sonríe confiado”, mientras se escuchan unas risas de fondo y, por fin, se “olvida de los lobos y del rebaño” y a la vez te lo dicen los aullidos de lobo y balidos de ovejas que se escuchan de fondo. En ese flotar, el personaje “merodea por la orilla, reflejándome en el lago” y a la vez se escuchan las olas rompiendo en la orilla, “mientras suenan las trompetas”, y realmente suenan, “al otro lado”. Entre tanto, la guitarra con el RÖTWEILLER se ha incorporado, coloreando la melodía muy sutilmente y también ha emergido una línea de bajo que juega con las notas de la melodía reproduciéndolas de manera diferente. La línea de bajo se duplicó, con dos efectos diferentes, para darle tierra a la canción aérea antes de que empiece a desbordarse hacia el primer estribillo. Para cuando está a punto de ocurrir eso ya está toda la sonoridad construida preparada para explosionar por fin cuando “Mi corazón crece, los pajaritos cantan y las nubes se levantan”. El resto de la canción no hay que explicarla ya, se desarrolla, detona, sola. Desparrama en la clásica explosión de transdimensional punk con el RÖTWEILLER en su máxima tensión. Tras las «explosiones de color de los ojos vidriosos y las expresiones de dolor que desaparecen un poco», la parte transdimensional tiene que ir acabando y ahí Juanmu hizo una de sus genialidades y creó un efecto para que la canción se quebrara por sí sola, para que toda esa explosión de color y toda esa expresión de dolor que desaparece un poco, y viceversa, se precipitara por una catarata hacia el vacío que, en vez de caer estrepitosamente en un final fatal lleno de nada, queda amortiguada con una atmósfera cálida que la acoge para, esta vez, iniciar su camino final, en vez de con el ritmo de un reloj, que ya desapareció para siempre tras los primeros compases, con el del latido de un corazón que, de nuevo, es el preludio de la parte final de la canción, del reposo que vuelve, expropiado de acompañamiento instrumental pero arropado de ambientación anunciando el final que, progresivamente, con un riff rítmico de guitarra, poco a poco queda en un ir desvaneciéndose.
Y este es el resultado final de “Dónde vamos”. Una canción desnuda que, con la magia del estudio de grabación y la genialidad de Juanmu para operar sobre esa magia, ella sola se ha transformado en una criatura autoemergente, con vida y autonomía propia. Un ser separado completamente de sus creadores que ya existe por sí misma y sin necesidad de nadie. Lo prueba el latido de su corazón, tan audible hacia el final de la canción. Una criatura nueva que nació de una frase hecha, creció con una melodía y una letra, se expandió con una ambientación oceánica y se ha hecho eterna, con su lento final pausado, de ritmo sincopado y repetir pegadizo, que se va alejando, no para desaparecer, sino para irse a otro lugar. Lo que empezó con la mecánica fría de un reloj y el transcurrir implacable de un calendario, se transformó en una criatura orgánica con latido vital propio. Si te la encuentras por ahí escúchala, formará parte de ti durante un rato y luego se irá, como toda buena canción, con su música a otra parte.